Ntra. Sra.

del Castillo Coronada

Las variadas circunstancias que concurren en la Virgen del Castillo de Lebrija, convierten su imagen en una de las más interesantes obras escultóricas de la ciudad. Por su antigüedad, su calidad artística, sus transformaciones iconográficas y, particularmente, por la tradicional veneración que desde tiempo inmemorial le profesan los lebrijanos, la contemplamos hoy como la más singular e importante reliquia de la fe, la cultura y el arte que atesora Lebrija.

Es, sin duda, la más antigua imagen mariana que posee Lebrija. No se conocen datos ni referencias que la sitúen cronológicamente en su contexto histórico; tampoco se saben las circunstancias de su presencia en la ciudad, lo que hace que, en torno a ella, surjan leyendas más o menos verosímiles sobre su aparición. Ante esa carencia documental hemos de recurrir al único elemento real que poseemos: el testimonio de la propia imagen. La obra de arte tiene la cualidad de ser un hecho que, ocurrido en el pasado, a diferencia de otros acontecimientos históricos, pervive, y nos sigue transmitiendo datos fiables en el presente, con su presencia física.

Era una escultura completa de talla en madera, estofada y policromada, con indumentaria medieval, con los caracteres propios del gótico tardío y los influjos de las “vírgenes fernandinas”, en sus advocaciones de “Madre de Dios”. Su aspecto actual, como la identifican y reconocen sus devotos, coincide con la transformación que sufriera en el siglo XVIII, convirtiéndose en imagen de “candelero” o de vestir; con un soporte de ancha base que le presta estabilidad; brazos articulados para poderla vestir con lujosas indumentarias propias de la moda de ese momento; nuevas manos con los dedos separados para poderlos enjoyar; manipulada la cabeza para agregarle peluca natural y gran corona de orfebrería barroca. Según el tiempo litúrgico, de pasión o gloria, ostentará un pequeño Niño ante su pecho (de época posterior y que porta la bola del mundo en su manita izquierda) o mostrará las manos vacías en su indumentaria pasional. Este transformismo teatral nos deja al descubierto solamente el rostro primigenio; es evidente que esta reducida parcela de la cara no es suficiente para un estudio estilístico, lo que nos permitiría arrojar una acertada hipótesis sobre su origen y cronología.

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Aparte de esta gran reforma, que convirtió una obra gótica en una imagen barroca, detectamos intervenciones menores, que afectaron a su consolidación y también a la “limpieza y retoques” de su fisonomía. La más sutil intervención pudo afectar a esa contradictoria expresión que posee: ojos hieráticos de mirada perdida y pensativa, junto a una arqueada y sonriente boca, peculiar de las vírgenes góticas.

Bajo el actual recubrimiento del indumento barroco encontramos fragmentos de la obra original, desgraciadamente pocos, y muy deteriorados por agentes desconocidos (tal vez humedad, incendio o ataque de xilófagos) y grandemente manipulados para ser convertidos, según la moda del siglo XVIII, en el actual maniquí articulado. Esta moda dieciochesca de vestir las imágenes, particularmente las vírgenes, cual si fuesen reinas coronadas, tocadas con sayas, corpiños, encajes, pelucas, pestañas y lágrimas, grandes mantos, y toda clase de joyas, le imprimen un realismo muy humano y una maquillada belleza mundana. Esta moda pretérita se ha instado en el gusto del pueblo andaluz, con el que se identifica, de tal modo, que la actual imaginería religiosa se recrea y complace en este persistente anacronismo barroco, como la más veraz representación de la Virgen María, incluso se roza la idolatría confundiendo la imagen con el prototipo celestial.

El caso de esta imagen lebrijana del Castillo no es único, abundan en la zona ejemplos semejantes, señalando como más significativos la Virgen de Consolación en Utrera, de Regla en Chipiona, de Gracia en Carmona, más un largo etcétera de muy veneradas imágenes que se ocultan bajo los exuberantes y pomposos ropajes barrocos. En esos ocultos restos de la Virgen del Castillo nos basamos para reconocer por ellos una obra realizada a mediados del siglo XIV, en esta zona de la baja Andalucía. Se inscribe en el momento histórico de la repoblación de Lebrija, tras la estabilización y asentamiento de una reducida población más estable que la correspondiente a las primeras reconquistas del Rey Sabio y su hermano Don Enrique. Esta primera población cristiana erigió una iglesia parroquial en el recinto amurallado del Castillo, donde posiblemente fue instalada la imagen.

Por sus rasgos estilísticos nos parece una obra inspirada en los modelos del gótico francés del siglo XIII que, con cierto arcaísmo, se expandieron por España y, de la mano de San Fernando y sus hijos, se fueron implantando en los terrenos reconquistados a los musulmanes. Es, por ello, que estas primeras imágenes de la Reconquista tengan, junto a los caracteres del gótico francés, las huellas artesanales de los talleres escultóricos castellanos.

Insistimos en que los restos que nos han llegado nos ofrecen parcas pistas para una acertada identificación; pese a ello nos arriesgamos a una hipótesis, que completamos con la reconstrucción plástica de la posible imagen original de la Virgen del Castillo lebrijana, que recreamos en estos dos bocetos.

Los restos de policromía que se conservan nos dan pie para reconstruir su color original; la curvatura en el fragmento del torso, junto a la inclinación de la cabeza hacia el lado izquierdo, nos llevan a los pequeños modelos de marfil que circularon como prototipos góticos en los siglos XIII y XIV, y que fueron llevados, en mayor escala, a la piedra o la madera policromada. Por los indicios en los restos de policromía del pecho, por la inclinación de la cabeza, y por lo inusual de una Virgen sin el Niño, (pues en estos momentos la exaltación mariana era en virtud del concepto “Madre de Dios”) nos plantea la casi seguridad de que esta imagen de la Madre era portadora del Infante en su costado izquierdo, donde se detectan pequeñas asimetrías respecto al derecho. Mayores dudas nos presentan la cabeza rapada de la Virgen, que no ofrece indicios de su original tocado; probablemente tendría corona real tallada en la misma madera, muy frecuente en imágenes semejantes de este periodo, pero aquí hemos optado por el simple manto que ofrece menos invención especulativa.

Reiteramos que estas recreaciones son una interpretación personal, apoyadas en bastantes fundamentos científicos cuanto a su concepción global, aunque los detalles particulares del Niño, las manos, los pies y el tocado de la cabeza de la Madre, admitan otras variantes igualmente posibles y aceptables.

Esta nota, igual que las interpretaciones plásticas que ofrecemos, ha sido expuesta desde la fría objetividad de la historia y el arte. Bien sabemos el riesgo que corremos al tratar la divulgación de estos temas, relacionados con obras artísticas creadas para su veneración y culto; porque, a veces, un acusado sentimentalismo y devociones poco evolucionadas, pudieran creer ofensivas e irrespetuosas las frases y los conceptos empleados. Por todo ello, no es gratuito manifestar aquí, mi sometimiento y rectificación a cualquier indicación de la Jerarquía Eclesiástica, haciendo pública manifestación de mi devoción por mi Patrona, y profesión de mi fe católica, donde quiero vivir y morir.